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Automáticamente miré a mi perro… Si es que podía decir que fuera mi perro, porque tal como estaba la cosa la separación de bienes podía acabar de un golpe con todas las verdaderas relaciones de mi vida.

— ¿No, no, en serio, no me jodáis vale? —Frank se quitó el puro de la boca con la pata derecha—  No soy vuestro puto hijo, ¿ok? No tengo que decidir con cual me quedo, os quiero a los dos y punto.

Parecía sensato…Un razonamiento que me encajaba con la personalidad de Frank. Hasta que intervino Andrej...

— Tú ya sabes cual de los dos puede comprarte estos Habanos. Si te quedas con él te tendrás que conformar con Marlboro… Si llegas. Lo más probable es que acabes fumando tabaco de liar.

— Bueno, no querría ser imparcial, pero esa es una buena razón para quedarme contigo…

El carlino alienígena parecía pillar la indirecta.

— ¿Te vas a vender por una caja de puros? —Me lancé, asqueado del ridículo coste emocional que se me otorgaba— ¿Tan transfuga eres?

— Desde mi punto de vista no es venderse, amigo. —Me soltó el perro— Desde mi punto de vista me estoy jugando uno de los pocos placeres de que puedo disfrutar en este planeta.

Me quedé en silencio. Un silencio sólo roto por la dulce voz de Andrej.

— Has escogido bien; total si te quedas con él vas a tenerte que ir “de patitas” a la calle…— Se mofó — Elige lo que prefieras pero ya sabes dónde está el money.

— Un momento… Un momento… —Me encendí— ¿Qué has dicho de irse a la calle?

Andrej me lanzó una mirada capaz de derretir una roca desde sus iris cristalinos.

— Cosita, si nos divorciamos, no pretenderás seguir viviendo en mi casa… ¿No?

— ¿O sea que ahora ésta es tu casa? Qué huevacos tienes....

— Lamentablemente para ti, a partir de mañana nadie podrá decir que tenga huevos, precisamente…

Esta afirmación me sentó cómo un tiro. Exactamente cómo si me hubieran disparado en pleno estómago y agonizara viendo mis entrañas supurar del abdómen. Era eso, exactamente, no había mejor comparación que esa: mi vida acababa esta noche. Cuando me recuperé logré responder algo.

— ¿Tú te das cuenta de lo que estás haciendo…?
Antes de que pudiera acabar la frase, Andrej(a) me interrumpió.

— Perfectamente.

Me froté los ojos con las manos, y froté y froté hasta que reventé varios capilares y el dolor ocular ya no justificaba la acción.

— Lo has sido todo para mí y … —No era capaz de acabar esta frase o continuarla porque simplemente no tenía palabras para describir el dolor que me causaba esta situación—